Lloró todo el día por el traje de diablo que
no le habían hecho. Faltaban tres días para Carnaval, la fecha de su
cumpleaños. Su madre no tenía tiempo para ocuparse de esas cosas.
-Buscate una modista. Ya tenés nueve años. Sos
bastante grande para ocuparte de tus cosas.
El canto de las chicharras, las flores de las
catalpas con elocuencia señalaban el verano y el maravilloso misterio de las
proximidades de Carnaval. Clemencia buscó la libreta vieja donde estaban
anotados los números de teléfono. En la letra M encontró el número de una
modista que había muerto hacía ocho años. Decía así: Clotilde Ifrán (la
finada). Pensó: ¿Por qué no la voy a llamar? Sin vacilar marcó el número. La
atendieron en el acto. Interrogó:
-¿Está Clotilde Ifrán?
La voz de Clotilde Ifrán respondió:
-Soy yo.
Con todos los pormenores de sus desventuras
Clemencia explicó lo que le sucedía. Clotilde Ifrán con bondad la escuchó.
Prometió buscar el género. Tenía las medidas de Clemencia. Recordó que no hacía
un año le había hecho un vestido de fiesta. Iría a probarle el vestido al día
siguiente, a la hora de la siesta.
Clemencia no dijo nada: era la pequeña
venganza que utilizaba en contra de su madre por no haberse ocupado del traje
de diablo. Durante las horas que esperó a Clotilde Ifrán, Clemencia no comió ni
durmió. Cuando llegó Clotilde Ifrán se sentía envejecida. No había nadie en la
casa. Se hubiera dicho que los relojes se habían detenido. Clotilde Ifrán
desenvolvió el traje, sacó las tijeras y los alfileres de su cartera, se enjugó
la frente y, arrodillada frente al espejo, le probó el traje de diablo, que olía
a aceite de ricino. Le quedaba muy bien, salvo los cuernos del gorro y las
costuras del pantalón que en cinco minutos se podían corregir con unas
puntadas.
-¿Cuántas diabluras harás? -musitó la modista
con una sonrisa distraída.
Clemencia sintió una gran simpatía por
Clotilde Ifrán y se echó en sus brazos.
-Te llevaría conmigo a mi casa. Tengo bombones
y una careta preciosa -exclamó con ternura-, pero tengo miedo que tu mamá no te
dé permiso.
-Tengo aquí la plata para pagarle la hechura
-dijo Clemencia abriendo un monedero de material plástico-.
-Es mi regalo de cumpleaños -respondió
Clotilde Ifrán, al despedirse-. Una luz oscura resplandeció en sus ojos
enormes.
-Quiero irme con vos ahora mismo -protestó
Clemencia-. No me dejes.
-Vamos -dijo Clotilde-.
Envolvieron el traje de diablo en un papel de
diario para llevarlo y dejaron la valija con el cepillo de dientes y el
camisón. Las dos salieron tomadas de la mano.
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